El hombre del mas alla, leyenda -ilmk



El hombre del más allá, leyenda-


 leyendas de Guatemala, leyendas conocidas
Hace muchos años, la gente acostumbraba a enterrar su fortuna en alguna parte de su terreno, pero con el paso de los años, muchos ahorros quedaban soterrados y olvidados por el fallecimiento del dueño, quien se llevaba en la memoria el lugar exacto donde se encontraba el dinero, sin poder descansar en paz hasta entregar su tesoro a alguna persona.

Cuentan que por los antiguos barrios de la ciudad de Guatemala, vivían dos mujeres e hija. La madre se dedicaba afanosamente a lavar ajeno y cocinar exquisitos platos típicos con una sazón muy peculiar, para poder sobrevivir. La hija, una hermosa joven de facciones muy finas y delicadas, se dedicaba a atender un pequeño negocio de carbón y leña que tenían dentro de su misma casa de habitación.

La muchacha estaba poseída por el sueño de llegar a ser una mujer de sociedad y alcurnia, y en realidad lo único que le importaba era tramar cómo poder hacer fortuna sin esfuerzo alguno.

Una noche, en la tranquilidad de su hogar, la patoja estuvo a punto de cumplir su mayor anhelo, pero por culpa de su egoísmo y ambición, logró que el dueño del dinero condenara su alma por la eternidad y ella perdió la oportunidad de alcanzar la riqueza que tanto deseaba.
 La ambición y el egoísmo sólo pueden llevarte por un camino de perdición.



El hombre del más allá

Cuentan que esto sucedió en la ciudad de Guatemala. Por el callejón del Colegio en el Barrio de la Recolección, vivían dos mujeres, madre e hija. No obstante la pobreza en que se encontraban, siempre hallaban una salida que les evitaba llegar a la desesperación. La madre no sólo era lavandera ‘’ de las casas grandes’’ sino también una excelente cocineta de comida chapina, por lo que sus servicios eran muy solicitados en los días de fiesta.

Aquí y allá se veía caminar a la anciana cocinera, transitando por las calles empedradas con su canasto cargado de ropa o verduras, y los condimentos necesarios para elaboración de las complejas comida guatemaltecas. Mientras la madre lavaba, la hija, que según dicen en por San Sebastián se llamaba Lucia, se quedaba en casa atendiendo un pequeño negocio de carbón  leña.

La carbonera tenía fama de ser muy bella: ojos grandes y claros, boca de labios delgados y trazo delicado, nariz fina y largo cabello castaño. La belleza de Lucia era tan espléndida que conmovía a quien la admiraba junto a las redes del carbón, con las manos negras y la tristeza en la mirada.

Pero esta exquisita gracia siempre ocasionó penas y problemas a la hija de la lavandera. Los muchachos la seguían en todo momento: Hombres jóvenes de los barrios del Sagrario, La Merced y San Francisco, y aún humildes barrios de la Parroquia y Candelaria llegaban a su casa. Sin embargo, ella nunca quiso hacerle caso a nadie.

¡Pobre Lucía! ¡Cuántos problemas tenía consigo misma! Su mayor  anhelo era encontrar un hombre cuya riqueza fuera  tan inmensa, que le permitiera llevarla a residir fuera de la pequeña Guatemala de la Asunción, ciudad que la asfixiaba y aburría. Por ello no le importaba quién la pretendiera, con tal de obtener lo que deseaba.

 La joven y hermosa cuponera creía que lo más importante en la vida era atesorar bienes y vivir en la opulencia, así como lucir su radiante belleza ante otros ojos que no fueran los de la gente pobre del Barrio de La Recolección. Así, pues, la ambición se había apoderado del alma de la joven.


La anciana madre había recurrido a todo tipo de consejo para alejar a su hija de ese camino, pero fue inútil, nada sirvió. Hasta la obligó a visitar a una mujer que tenía fama de curandera por La Parroquia Vieja. Pero ensalmos, oraciones y vigilias no surtieron efecto. No lograron borrar la codicia del corazón de la carbonera.

Así  como era de linda Lucía, así la ambición le caminaba por los sueños. Por eso siempre estaba presente en los labios de los pobladores de los barrios coloniales de la ciudad. De esta manera se le pasaban los días a la joven Lucía. Como viento fresco se le iba la vida entre sueños de grandeza y venta de carbón, hasta que aconteció algo que cambio su existencia.
Aquella noche era espléndida. Todo parecía reflejado por la luz de la luna. Las negras sombras se escondían en los corredores de la casa, el silencio se había quedado mudo en las aceras de ladrillo y las mil campanas de las iglesias permanecían quietas. Era una de esas maravillosas noches de la ciudad de Guatemala. La luna y la noche aparecían acogedoras en la casa anciana lavandera del Barrio de la Recolección.

Del enorme patio central crecían en desorden muchas flores y arbustos. Hacia un costado, cerca del corredor derecho de la casa, se encontraba una enorme pila de ladrillo, con sus lavaderos de piedras y su búcaro en forma del sol. En la mitad del patio, un grueso aguacatal extendía sus ramas al viento y cubría de sombra buena parte del lugar, refrescando los corredores de ladrillo y las vigas de madera nudosa de la casa.

Los misterios y tranquilo del lugar invitaba a estar en él. Desperdigados los geranios en ollas de barro, se formaban en hilera a lo largo del corredor, como cuidando con sus colores en encanto que encerraba el patio. Al fondo, se veía un cuarto de adobe encalado, donde se guardaba la leña y el carbón,
Hipnotizada por el encanto del momento, sin que su madre se diera cuenta, Lucía salió al patio.
¡Que hermosa estaba! Sus tristes ojos claros paseaban su mirada perdida por todos lados, hasta confundirse con la luz de la luna. Así pasó un gran rato, soñando como siempre, en espera de alguien que nunca terminaba de llegar.

Lucia estaba pensativa, cuando al pie del aguacatal apareció una luz en forma de llama. Al principio la confundió con una luciérnaga, pero al prestarle mayor atención, se dio cuenta que no era un animal. No era un cocuyo que rayaba la noche, era una llama que emergía desde el fondo negro de las raíces del árbol y parecía estar pegada con goma fosforescente, ya que se elevaba por los aires cambiando de tamaño. Lucia no podía creer lo que veía.

Su primer impulso fue corres a su dormitorio, pero luego se refrenó porque recordó que su madre y otras gentes del barrio, que llegaban a comprar carbón, le habían asegurado que cuando salía una luz en la noche, era necesario acercarse y clavar una estaca en el suelo. Se debía hacer sin el menor temor, porque se trataba de un entierro de dinero, y eso era lo que estaba viendo ahora. Sus ojos brillarlo de alegría. Sin miedo y muy decidida, tomo un trozo de carbón, llego a donde la llama brillaba y marcó una cruz. Luego, con hachuela de la cocina, hizo una estaca pequeña y la sembró en las raíces del aguacatal.

En ese momento, se dio cuenta que tras el tronco del árbol aparecía un hombre envuelto en una capa azul. Al verlo, su sobresalto fue intenso. Quiso salir corriendo, pro el miedo le encadeno las piernas. Los enormes ojos claros se le llenaron de susto.
La silueta del hombre se fue rellenando de luz, hasta que resurgió envuelto en una capa azul. Y lo miró fijamente, poniéndole imán a sus pupilas, lucia se oponía con todas sus fuerzas a la atracción que s obre ella ejercía, pero sin poder evitarlo se le acerco muy despacio.

La joven camino  lentamente  hasta que llego al pie del árbol:
Yo sé porque has puesto esta estaca en la luz del dinero cuentan que le dijo el hombre porque quieres tener muchos oro, joyas y ver lugares diferentes. Se, Lucia, que SOS muy ambiciosa, ¿verdad?

La mujer no atinaba a pronunciar palabra. El hombre siguió hablando: no creas que tener ambición es malo, al contrario, es bueno. Por eso estoy aquí, para ayudarte. Vos sabes que donde la luz aparece, allí se encuentra el dinero enterrado por alguien que no puede reposar en Dios, así te lo deben de haber  contado. He venido a ahorrarte el trabajo de escarbar. Yo el dueño de este ‘’ entierro’’, vengo a ponerlo en tus manos, pero antes de entregarte, te impongo varias condiciones.

¿Cuál serán? Preguntó Lucia ya más segura de sí misma. Mira, primero te dejo este viejo tarro para leche toda mi fortuna, pero no tenéis que verla sino hasta la víspera de Nochebuena. Harás con ella tres acciones: me mandaras  a celebrar en la iglesia de San Sebastián muchas misas porque sólo así podré entrar al cielo. La otra parte de la fortuna la entregarás a los pobres y la tercera será para vos, para que logres  realizar tus sueños. Recordá que no debes abrir el tarro hasta la Víspera de Nochebuena. Y con lo que te toca, ¡disfruta, Lucia, como siempre has querido! Y el hombre se envolvió en su capa y se fugó en la oscuridad de las raíces del aguacatal.

Lucia, sin comprender a cabalidad lo ocurrido, arrastro como pudo el tarro que le había entregado el hombre del más allá para esconderlo en un lugar seguro.
Esa noche ya no pudo dormir. Los gallos le quitaron el sueño con su canto de madrugada.
Los días trascurrían con una lentitud que desesperaba a la carbonera. Iba y venía por la casa sin saber qué hacer, y se quedaba largos ratos observando un calendario. Su madre se empezó a preocupar e indagó por el creciente estado de nervios de su hija, por causa de tal inquietud. A cada rato le preguntaba qué le pasaba. Quería saber porque se había convertido Lucia de una mujer tranquila en otra irritable que se pasaba contando desde los minutos hasta las horas y esperando con ansia las fiestas de Nochebuena. ¡Faltaban aún tantas semanas! Hasta que ya no pudo más.

Un día antes de la fecha señalada, le contó todo a su madre. La vieja asombrada le pidió ver el herrumbrado tarro. ¡Qué va! Le dijo por un día el muerto no va a decir nada. Entonces, saquemos el tarro y veamos que hay adentro aseguró Lucia.
Y sí, madre e hija fueron a la habitación del patio y llenas de emoción abrieron el tarro. Con rapidez, Lucia hundió las manos dentro de él y saco varios trozos de carbón en forma de monedas. ¡Ay se le lamentaba la joven desesperada si hubiese esperado un día más! ¡Qué le vamos hacer! Respondió la anciana madre así es la voluntad de Dios. Al fin y al cabo, hijita, que no queríamos ese tesoro del más allá.

¡Vamos a buscar al pie del aguacatal! ¡Allí está enterrado el dinero! ¡Estoy segura de ello! Gritaba Lucia enloquecida.

Tiene que estar aquí ese tesoro jadeaba la carbonera.
Cavaron y cavaron hasta el cansancio. Por fin el pico choco contra un objeto sólido. Con gran esfuerzo sacaron el esqueleto de una persona y enseguida una botija de barro completamente sellada. ¡Qué pesada era para las fuerzas de las dos mujeres! Para su desconsuelo, lo único que encontraron al romperla fue más carbón y desolada Lucia, se puso a llorar con amargura. Grandes lágrimas resbalaban por sus mejillas morenas, color de trigo. Y sin decir palabra, se encerró en su cuarto.

La Nochebuena se aproximaba y el viento se teñía con perfume de manzanilla, sabor a nacimiento y sonrisa de pastores de algodón. Aquella noche, la hermosa carbonera estaba meditando en el patio de la casa, sentada en el corredor. Pensando en el daño que se había hecho al abrir el tarro antes del tiempo y suspiraba:
¡Si hubiera esperado un día más!  Y con todas sus fuerzas lloraba arrepentida.
Cuentan por La Recolección que, sin que ella lo notara, el hombre de la capa azul, que se le había aparecido la primera vez, salió sin hacer ruido de las sombras del aguacatal y la asustó cuando le dijo:
Dulce y bella Lucia, tu ambición y curiosidad nos han perdido, a vos te ha privado de la riqueza y a mí de la salvación definitiva. Pero no te preocupes, que la riqueza la tendrás algún día; en cambio, yo bogaré perdido en el más allá.

¡Ah! Dicen que exclamo ¡Cuánto pesa la eternidad! Mientras más fuertes eran sus lamentos, más rápido se confundía con la sombra del enorme árbol.
Los ojos claros y expresivos de Lucia se cubrieron de lágrimas amargas, y su alma de arrepentimiento, pero ya era demasiado tarde.

Al mismo tiempo, la cuidad enloquecía con el tronar de cohetes y el perfume de manzanilla. Y Lucia confesaba ante el hermoso Nacimiento, que su madre había hecho, su pecado de curiosidad.

A la pobre muchacha se le convirtió en carbón el dinero, por haberlo visto antes del tiempo fijado por el dueño del más allá. Y mientras tanto, Lucia se quedó prendida en la voz de los viejos cantadores de historias de la ciudad de Guatemala, permanentemente pobre, añorando tener algún día riquezas y lujos.






                                                                                                        publicado por: Jacinto Hernandez


El hombre del mas alla, leyenda -ilmk El hombre del mas alla,  leyenda -ilmk Reviewed by Jacinto Hernandez A. on septiembre 18, 2017 Rating: 5

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